3. Pío Moa y el antifranquismo, 11 de noviembre de 2005
Réplica de Justo Serna a Pío Moa
El día 8 de noviembre pasado, aquí, en mi bitácora y en ‘Periodista Digital’ publiqué un artículo titulado ‘Francisco Franco y Pío Moa’. Se trataba de una crítica serena y respetuosa (creo obrar así habitualmente) del último volumen de este autor: ‘Franco. Un balance histórico’. Dos días después, el 10 de dicho mes, el señor Moa responde en ‘Periodista Digital’.
Admite, de entrada, que “Don Justo Serna ha criticado mi libro sobre Franco, afortunadamente después de haberlo leído, no como otros”. ¿Cómo que afortunadamente...? No acostumbro a criticar volúmenes que no haya leído. Por tanto, ese comentario sobra, ya que hace una imputación sobre lo que yo hago o dejo de hacer basándose probablemente en experiencias anteriores que nada tienen que ver conmigo. Mal empezamos, pues.
Pero dejemos hablar al señor Moa. Ustedes perdonarán esta filología de urgencia. “Hombre, me dije, menos mal, a ver si alguno de estos señores autodeclarados progresistas lee lo que condena y acepta de una vez un debate serio y honesto”, dice el señor Moa. Hay en ese juicio algo verdaderamente deplorable. ¿Por qué me llama ‘autodeclarado progresista’? Que yo sepa en mi artículo sobre su obra yo no proclamo mi posición política e ideológica, sea progresista o retrógrada. Por tanto, difícilmente voy a ‘autodeclararme’..., forma verbal, por cierto, inaceptable. Uno se declara algo: no se autodeclara. Por otra parte, ¿cómo que leo lo que condeno? Como usted me incluye entre los ‘señores autodeclarados progresistas’ (o sea que me califica o estigmatiza por lo que cree que son mis ideas y por tanto me juzga sectariamente), le resulta extraño que yo pueda leer cosas que me satisfacen y cosas que me irritan y de las que, por ejemplo, extraigo nutriente intelectual. Lo que desde luego no hago es leer porque de antemano condeno lo que voy a examinar.
Sigamos con las palabras del señor Moa: “Pero… la decepción, una vez más. El señor Serna me acusa de ‘parasitar’ a Preston. Nunca he oído que demostrar concretamente el falseamiento de la verdad por un autor, en este caso por Preston, sea parasitarlo. Quizá para no “parasitarme” a mí, el señor Serna elude precisar, y me dedica una declamación nebulosa y algo pedante”. Verá, señor Moa, yo no empleo el verbo ‘parasitar’, que como bien sabe, no existe. Lo que digo es: “En realidad, el volumen de Moa es subsidiario del libro que Paul Preston dedicara al dictador (“el buen Preston”, dice con condescendencia), y con la excusa de corregir “su habitual arbitrariedad” sorbe sus contenidos de manera parasitaria”. Es decir, no se basa en fuentes documentales distintas a las empleadas por el historiador británico, sino que es deudor de fuentes secundarias, muy manoseadas por tantos autores previamente, y que usted no complementa con otras nuevas. Su libro es subsidiario en el sentido de que podría leerse como un anexo, un volumen adicional que hace polémica del anterior. Debería saber, señor Moa, que en la investigación académica española (o mundial), cuando uno no aporta fuentes nuevas, no escribe un libro, sino un artículo de controversia. Publicar un volumen sin documentos diferentes es aprovechar el formato libro para vender un producto parasitario.
Pero el señor Moa añade: “el lector sólo sacará en claro que mi libro no le ha gustado, sin que quede muy claro por qué. El señor Serna, me parece, no sabe hacer una crítica historiográfica, fallo muy extendido y lamentable, pues dificulta la discusión o la lleva hacia la pura irracionalidad. Así me hace acusaciones por el estilo de la anterior, generales y gratuitas, a veces cómicas, como la de haber escrito un ensayo en vez de una biografía, o la de faltar a ‘las reglas del ensayo’...”. Dice usted que su libro no me ha gustado y que eso es lo que el lector sacará en claro, sin que pueda averiguar por qué. Su libro, en efecto, me ha decepcionado enormemente porque no se ajusta a las maneras comúnmente aceptadas de lo que ha de ser una publicación académica. Yo no defiendo a nadie, simplemente le señalo lo que es de recibo o lo que no es de recibo en la Universidad española, inglesa, francesa, italiana o estadounidense. Dice (aunque no parece tenerlo muy claro) que no sé hacer crítica historiográfica. Bueno, eso es una imputación, una digresión incluso, pero no un argumento. Mire, mi principal dedicación es precisamente la historiografía y justamente por eso examino los libros de historia no sólo por lo que dicen o por sus contenidos sino por el aparato formal y documental en que se basan. ¿A usted le parece, señor Moa, que las críticas formales en la historiografía (sobre las prácticas académicas, sobre los géneros de escritura, sobre el académico manejo y cita de fuentes) son irracionales, generales, gratuitas o cómicas? ¿Usted cree que los documentos son un asunto meramente nebuloso en la historiografía? Yo no le descalifico: simplemente me parece inaceptable su modo de hacer un balance historiográfico sin fuentes primarias.
Pero lo más grave no es eso. Lo peor son los anacronismos, esas analogías forzadas que usted establece (ya ve: con escasísimas fuentes entre el hoy y el ayer, entre el presente y el pasado, entre los socialistas en la República y los socialistas de nuestros días) y las generalizaciones: usted vilipendia a la historiografía académica y los adjetivos que yo entresacaba (cerril, mendaz) no me los invento. Figuran en su libro. Más aún, ahora en PD la llama ‘grotesca’. Si usted ha tenido malas experiencias con colegas míos..., ése es su problema, pero no me atribuya a mí sus inquinas o rencores, y sobre todo no generalice acerca de la mala calidad e inclinaciones de la investigación histórica universitaria, cosa que es disparar perdigones a diestro y siniestro.
Cansado de examinar mis críticas, la segunda parte de su réplica abrevia la diatriba y reproduce las tesis básicas del libro, que al fin y a cabo de eso se trata: de difundirlo. Y añade: “Pruebe el señor Serna a rebatir, de modo concreto y preciso, una sola de esas tesis. Conste que no lo juzgo imposible, porque no me siento poseedor de la verdad absoluta, pero en todo caso pruebe a hacerlo. Así adelantaríamos algo”. Me reta, pues, y dice:
“1.- Franco no venció a la democracia, sino a la revolución. El proceso revolucionario había liquidado la democracia en España desde febrero del 36”.
¿Ah, pero la democracia no había fracasado ya en 1934, según la tesis que usted defiende? ¿Pero los socialistas no estaban preparando la Guerra Civil desde 1934, según insiste en su libro? Entonces..., ¿para qué retrasar el fin de la democracia al 36? Pues, precisamente, para justificar el Alzamiento.
“2.- Franco evitó la entrada de España en la guerra mundial, salvando al país de una devastación mucho mayor que la guerra civil. A sus enemigos, en cambio, les importaban poco los cientos de miles de muertos consiguientes, con tal de triunfar ellos. Sin embargo, cualquier intervención de España, en uno u otro bando, habría llevado a Inglaterra al borde del colapso”.
Las tesis sobre la posible intervención de la España franquista en la Guerra Mundial que hoy se manejan son muy distintas a las que usted plasma en pocas páginas. Si le molesta lo que Preston dice sobre esto, lea a Javier Tusell, a quien, por cierto, margina y cuyas obras ('La dictadura de Franco', 'Franco en la guerra civil' o 'La España de Franco') simplemente ignora siendo como son acercamientos mesurados y ajustadísimos sobre la significación del Régimen y sobre sus múltiples aristas. ¿Es que, acaso, Tusell le produce especial incomodidad?
“3.- Aunque el franquismo fue una dictadura, no todas las dictaduras son iguales. Las comunistas, tan admiradas por la oposición a Franco, han dejado países en la ruina y con grandes dificultades para el asentamiento de las libertades. La franquista dejó un país próspero y políticamente moderado, gracias a lo cual la transición fue un proceso bastante fácil y exitoso”.
O sea que la prosperidad, el crecimiento y el desarrollo se debieron a los ‘Planes de Idem’. O sea que el esfuerzo, la abnegación laboral de los españoles, la capacidad creativa de los empresarios, sobreponiéndose incluso a los procedimientos económicos iliberales del Régimen..., ¿son sólo elementos secundarios y no mencionados para así destacar mejor la labor de una dictadura? Es como si dijéramos que el Chile próspero que sucede a Pinochet es resultado de la dictadura, sin reparar en los costes humanos y sin tener en cuenta el dolor que la tiranía infligió. Es como si la dictadura china se justificara porque reintroduce hoy y subrepticiamente el capitalismo. ¿La justificará en el porvenir? Repase a Vargas Llosa: verá lo que nos dice de la bondad económica de estas dictaduras, bondad de sus políticas económicas que merecen nuestro desprecio político y moral.
“4.- El franquismo nunca tuvo alternativa real. No hubo, o no hubo apenas, oposición democrática, y la que existió era mucho más antidemocrática que aquel régimen, por mucho que usara de modo espurio la consigna de las libertades. Por eso duró tanto la dictadura, muy suavizada ya en los años sesenta”.
¿O sea que el antifranquismo fue esencialmente antidemocrático y, además, el poco que hubo sólo usó de modo espurio la consigna de las libertades? Admitamos que pudiera haber antifranquistas como usted los describe (pocos y antidemocráticos), pero que su radiografía, simplificación y generalización le lleven a presentarlos a todos así es simplemente una ignominia intolerable. Hubo represaliados, encarcelados, perseguidos, exiliados que creían firmemente en la democracia y si fueron pocos, se debió, entre otras cosas, a la eficaz política represiva del Régimen.
“5.- La democracia actual procede del franquismo por reforma y sin ruptura. Los antifranquistas buscaban la ruptura para hacer tabla rasa de cuarenta años de historia y enlazar con la convulsa II República. Fracasaron, pero ahora se sienten otra vez fuertes, y vuelven a lo mismo, echando abajo la Constitución mediante hechos consumados, y llevando al país a una nueva crisis”.
La democracia actual procede del franquismo como cualquier régimen que venga después: por simple sucesión cronológica. La Transición fue un pacto entre la reforma y la ruptura, una aceptación de condiciones mutuas, un ‘echar al olvido’, como dijo Santos Juliá. No triunfaron los sectores reformistas del Régimen, sino todos los españoles, incluidos los partidarios de la Ruptura, que convinieron con sus adversarios en un sistema que diera acogida a todos.
Señor Moa, resulta lamentable estar hablando de lo que, en el fondo, no es más que la justificación histórica de una dictadura, una justificación hecha con anacronismos, sin fuentes, aprovechando la labor documental de otros, esparciendo denuestos y haciéndose perdonar su vieja condición de extremista. Yo nunca lo fui y por eso no debo esforzarme en el vilipendio. Pero, por lo que parece, la discusión historiográfica usted parece confundirla con la polémica contra Rodríguez Zapatero. Por eso, yo le decía que es un anacronismo el reproche que hace a la sociedad española, por su actitud distante ante el dictador benevolente: “una sociedad que no sepa reconocer y apreciar los méritos de quien la ha beneficiado está condenada a seguir a demagogos enterradores de Montesquieu, infinitamente ansiosos de paz con los terroristas y de buen rollito con los separatistas y con los dictadores que más amenazan a su país”. Concluye, señor Moa. Que ésa sea la conclusión de su balance histórico, un balance dedicado a una dictadura, resulta un extravagante desenlace para un volumen que se presentaba no como un panfleto sino como un ensayo.
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